Guardando su compostura -y como corresponde a un caballero-, el sapo del pantano supo ignorar las tremendas carcajadas de la princesa.
-Sin embargo, llegará el día que seas tú quien me pida un beso -le dijo sin titubeos.
Luego se alejó con firmes saltitos y un aire de mucha dignidad, por allá, al otro lado del pantano.
Hoënyr, 2012.